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Ascensor, el gran engaño lingüístico: ¿Por qué lo llamamos así si también baja?

🚪⬆⬇ Ascensor: la gran mentira del lenguaje ¿Por qué le damos crédito solo por subir cuando también nos baja? Una sátira que desnuda cómo la historia, la costumbre y la pereza mental han dejado atrapado a este invento en una palabra que no le hace justicia. ¡Descubre la verdad de este viaje a medias!

La palabra “ascensor” refleja una visión parcial y absurda de la realidad: ¿acaso bajar no cuenta? Un viaje irónico por la historia de un nombre que olvidó la mitad de su propósito.

El lenguaje es el reflejo de cómo percibimos el mundo, y a veces, también de cómo lo distorsionamos. Un claro ejemplo de esta miopía semántica es la palabra “ascensor”. Sí, ese aparato que usamos a diario y que, en teoría, debería servir para subir y bajar… pero que lingüísticamente solo parece existir para lo primero.

Piénsalo un segundo: si estás en el último piso y necesitas descender, ¿sigues usando un “ascensor”? Técnicamente, deberías usar un “descensor”. Pero no, seguimos atrapados en esta trampa mental que nos hace pensar solo en la subida, como si la bajada fuera un acto vergonzoso o, peor aún, inexistente.

La raíz de esta ironía viene de la historia misma del invento. El primer ascensor público, instalado en Nueva York en 1857, solo subía. Sí, así como lo lees. Aquella gloriosa máquina podía elevarte majestuosamente… pero luego necesitabas de un esforzado operador que, con cuerdas y algo de fe, te ayudara a bajar. Era un viaje de solo ida, y la vuelta era un favor manual.

En ese contexto, llamarlo “ascensor” tenía todo el sentido del mundo. Pero los tiempos cambiaron, la tecnología avanzó, y hoy los modernos elevadores suben y bajan con la misma elegancia. Sin embargo, el nombre quedó congelado en el tiempo, como si seguir reconociendo su función descendente fuera un sacrilegio lingüístico.

En inglés tampoco escapan de este desliz conceptual. Le llaman “elevator”, centrado en elevar, y en Reino Unido optaron por “lift”, que nuevamente evoca la acción de subir. Al parecer, la humanidad entera ha conspirado para ignorar la mitad del trabajo que hace este noble aparato.

Este fenómeno, conocido en lingüística como sinécdoque, ocurre cuando usamos una parte para representar el todo. Así, el “ascensor” quedó como símbolo de subida eterna, mientras su faceta de bajador profesional fue invisibilizada por la comodidad del hábito.

¿Es hora de replantear el nombre? Probablemente. Imagina lo honesto que sería llamar al dispositivo “subidor-bajador” o, para los amantes del marketing exagerado, el “VámonosPaAbajo 3000”. Tal vez suene ridículo, pero sería mucho más fiel a la realidad.

Hasta que ese día llegue, seguiremos viviendo con la ilusión de que el ascensor solo sube, mientras silenciosamente cumple con bajar millones de veces al día sin recibir el crédito que merece.

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