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El auto inteligente que confundió los ojos pequeños con sueño: ¿error o exceso de tecnología?

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Un conductor chino vive un problema insólito: su auto Xiaomi le advierte constantemente por tener los ojos pequeños. Tecnología vs. diversidad real.

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Tecnología de alerta en autos modernos activa falsos positivos en conductores con ojos pequeños, generando polémica en China y desafíos para Xiaomi.

Imagina subirte a tu nuevo auto de última generación, emocionado por experimentar lo más avanzado en tecnología vehicular. Todo está impecable: la velocidad, la suavidad del volante, el diseño interior que parece salido del futuro. Pero apenas recorres unos metros… suena una alerta constante: “Concéntrese en la conducción, preste atención a la seguridad”. Una, dos, tres veces. No estás distraído. No estás somnoliento. ¿Entonces qué ocurre?

Eso es exactamente lo que vivió un conductor chino tras adquirir su Xiaomi SU7 Max, un automóvil de alto estándar que incorpora una serie de sistemas inteligentes para garantizar la seguridad vial. Sin embargo, lo que debía ser una experiencia fluida se convirtió en una pesadilla tecnológica. El sistema del vehículo, diseñado para identificar signos de fatiga o distracción a través de una cámara de monitoreo facial, activaba constantemente una alerta auditiva… por un detalle insólito: sus ojos eran pequeños.

El sistema del SU7 Max interpreta la forma natural de los ojos de este conductor como si estuviera medio dormido. Mientras otros usuarios podrían conducir sin interrupciones, él no podía relajar la mirada sin ser reprendido por el propio auto. Incluso, en un trayecto corto, la alerta llegó a sonar más de 20 veces, volviendo el viaje incómodo y estresante.

Este caso ha provocado una reacción viral en redes chinas, donde múltiples usuarios de diferentes marcas también han reportado experiencias similares. Modelos de vehículos de otras compañías como BYD o Geely, que integran tecnologías de seguimiento facial para detectar somnolencia, también habrían registrado «falsos positivos» en personas con rasgos faciales específicos, especialmente cuando tienen ojos naturalmente más cerrados o rasgados.

Este fenómeno plantea una cuestión fundamental sobre la inclusión tecnológica: ¿puede una inteligencia artificial entrenada con un conjunto de datos sesgado ser objetiva y segura? Si la base de entrenamiento del sistema de reconocimiento facial no incluye diversidad suficiente en sus datos —en este caso, diversidad étnica o anatómica—, puede generar errores sistemáticos que afectan directamente a la experiencia del usuario.

Desde el punto de vista psicológico, este tipo de fallas generan una sensación de vigilancia constante, rompen el confort en la conducción y pueden alterar el estado emocional del conductor. Lejos de ser una herramienta de prevención, se convierte en un estímulo negativo repetitivo que puede provocar estrés, frustración e incluso inseguridad.

Además, este incidente pone en tela de juicio los límites de la autonomía del vehículo. Si la tecnología reacciona exageradamente ante un comportamiento humano completamente normal, ¿cómo podemos confiar en sus decisiones más complejas, como frenar automáticamente o girar en caso de emergencia?

Xiaomi aún no ha emitido un comunicado oficial sobre este caso en particular, aunque fuentes cercanas a la empresa aseguran que sus sistemas están en constante aprendizaje y pueden recibir actualizaciones por software para ajustar la sensibilidad de sus cámaras. De ser así, este problema podría corregirse con una simple calibración que reconozca diferentes morfologías o permita personalizar el umbral de activación de la alerta.

Pero la solución técnica no borra el impacto social: muchos usuarios ahora se preguntan si los autos inteligentes realmente están diseñados para todos los cuerpos, todos los rostros, todas las personas. La promesa de un futuro tecnológicamente seguro solo puede cumplirse si la inteligencia artificial se alimenta de la diversidad real del ser humano, y si las empresas tienen la sensibilidad cultural y psicológica para entender cómo las pequeñas cosas, como un parpadeo más lento o un ojo relajado, no deben ser interpretadas como errores, sino como diferencias naturales.

Este suceso puede parecer anecdótico, incluso gracioso, pero abre una conversación mucho más profunda sobre el desarrollo de la IA en dispositivos personales y públicos. No basta con que los sistemas funcionen bien: deben funcionar bien para todos.

Quizás el futuro de la tecnología no solo dependa del avance técnico, sino de su capacidad de entendernos sin juzgarnos.

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