Descubre la fascinante historia de cómo los gatos contribuyeron a la seguridad marítima y la higiene a bordo de los barcos mercantes.
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, los gatos eran pasajeros indispensables en los barcos mercantes de todo el mundo. Su misión principal era clara: controlar la proliferación de roedores que amenazaban las provisiones, los equipos y, en ocasiones, la seguridad sanitaria de las embarcaciones.
Sin embargo, lo que pocos saben es que estos fieles guardianes también debían cumplir con ciertos requisitos legales al viajar entre puertos internacionales. En muchos casos, se les otorgaban documentos conocidos como «pasaportes de gato». Estos pasaportes no solo certificaban que el felino había sido vacunado y estaba libre de enfermedades, sino que también contenían detalles como su nombre, una descripción física y, en ocasiones, una huella dactilar —o mejor dicho, la impresión de su pata— para identificarlos oficialmente.
Esta práctica no era global, pero estaba extendida en la marina mercante de países como Reino Unido, Francia y Alemania, donde las normativas sanitarias eran estrictas. Los gatos que portaban estos documentos podían cruzar fronteras sin contratiempos, asegurando su lugar a bordo y evitando problemas de cuarentena o restricciones.
Más allá de su papel práctico, los gatos también se convirtieron en amuletos de buena suerte para los marineros y en compañeros fieles durante los largos viajes por alta mar. La presencia de estos animales no solo mantenía a raya a las plagas, sino que también contribuía al bienestar emocional de las tripulaciones.
Hoy en día, con los avances en tecnología y en el control de plagas, la necesidad de gatos en los barcos ha disminuido significativamente. Sin embargo, su legado persiste como un recordatorio de la ingeniosa forma en que la humanidad se ha adaptado para garantizar la seguridad y el éxito en sus travesías.