Los 106 hijos de Pavel Durov transforman la visión de paternidad con herencia compartida y donación genética.
La figura de Pavel Durov, cofundador y CEO de Telegram, vuelve a sorprender al mundo, esta vez por un fenómeno personal tan extraordinario como su trayectoria tecnológica. Durov anunció recientemente que es el padre biológico de más de 106 hijos, incluyendo seis nacidos dentro de relaciones personales y otros cien concebidos a través de donaciones anónimas de esperma en clínicas situadas en doce países.
Este dato impactante —los 106 hijos— no solo resuena en el ámbito personal e institucional de Durov, sino que abre un debate global sobre la paternidad, la herencia y la genética como legado moderno. Su declaración fue publicada en la revista Le Point y amplificada por medios internacionales, destacando que todos sus descendientes —biológicos o por donación— recibirán una porción igual de su patrimonio estimado en USD 17 000 millones, aunque con una condición: no podrán acceder al mismo hasta treinta años después de su muerte.
Durov, de 40 años, explicó que comenzó a donar esperma hace aproximadamente quince años por petición de un amigo que enfrentaba dificultades de fertilidad. Aparentemente, tras visitar una clínica, descubrió que su esperma había sido catalogado como “material donante de alta calidad” y que existía una carencia de donantes saludables. En consecuencia, se sintió impulsado por una suerte de deber cívico para ayudar a dar hijos a otras familias en múltiples países.
Desde un punto de vista psicológico y social, la historia de Durov activa respuestas encontradas. Por un lado, figura como protagonista de la igualdad genética, donando sin distinción su patrimonio y sus genes. Por otro, surge el dilema ético y emocional: ¿qué significa ser padre cuando no hay crianza, vínculos emocionales o un entorno compartido? Durov ha respondido con frialdad pragmática: desea que sus hijos crezcan de manera convencional, sin depender de su riqueza, por lo que condiciona el acceso a la herencia en treinta años para evitar indulgencias prematuras .
En la misma entrevista, Durov señaló su intención de “open-sourcear” su ADN —ponerlo disponible para que sus hijos biológicos se reconozcan entre sí— y así permitir que, pese al anonimato, puedan encontrarse o identificarse si lo desean.
Esta apertura genética rompe con el modelo tradicional de familia y sugiere una visión de paternidad como un legado distribuido, difuso, sin jerarquías.
Además de su carácter liberador, este anuncio redefinirá el concepto de herencia en el siglo XXI. Tradicionalmente, la riqueza se repartía entre herederos legítimos, pocos y nombrados. Durov plantea un modelo en el que la herencia se distribuye equitativamente entre más de un centenar de personas biológicamente vinculadas, planteando desafíos en logística legal, derechos legales y emocionales, así como en la gestión financiera de su legado .
Este entramado legal también relanza la discusión sobre la donación de esperma y sus límites. Especialmente cuando supera los niveles regulatorios comunes y llega a cien familias distintas. En muchos países existe un tope de concepciones por donante para evitar problemas de consanguinidad y otros riesgos genéticos. Al diseminar tanto su material genético globalmente, Durov entra en una zona gris irregular, con posibles implicaciones que aún no han sido discutidas en profundidad .
Por otro lado, está la reacción mediática. En Francia, donde fue realizada la entrevista, surge el contraste entre su imagen pública como figura cripto-libertaria y su rol inesperado como “superdonante”. Mientras algunos lo alaban por romper tabúes y promover la donación como un acto cívico, otros critican la falta de una figura paterna común y el potencial impacto emocional en sus hijos. Diferentes medios también destacan la paradoja entre su privacidad —Durov nunca se casó ni oficializó las relaciones— y un anuncio tan íntimo y global.
El planteo de heredar en treinta años despierta otro cuestionamiento emocional y psicológico. Implica una conciencia estratégica: no quiere que sus hijos usen la paternidad como vía fácil, sino que construyan su vida de forma independiente. El retraso es una forma de proteger su autonomía, al menos formalmente. En su frase: “Quiero que vivan como personas normales, que confíen en sí mismos, que puedan crear –no depender de una cuenta en un banco”.
En definitiva, la historia de los 106 hijos de Pavel Durov expande los límites de la paternidad moderna, invita a replantear la herencia, la genética y la igualdad entre descendientes. Presenta una visión radical: una familia genética numerosa pero emocionalmente diversa. Y plantea preguntas urgentes: ¿cómo construimos identidad sin lazos visibles? ¿Cómo gestionamos la riqueza cuando los herederos son anónimos? En esa disonancia entre tecnología, genética, ética y dinero es donde reside, hoy, el mayor enigma de este nuevo modelo paternal.