La madre mantuvo el cuerpo de su hija en un congelador por dos décadas sin que nadie lo descubriera
En Japón, un caso estremecedor ha sacudido al país y al mundo entero. Las autoridades de la prefectura de Ibaraki arrestaron a Keiko Mori, de 75 años, bajo sospecha de mantener el cadáver de su hija durante 20 años dentro de un congelador. La escena que descubrieron los investigadores supera cualquier ficción.
Según lo informado por la prensa japonesa, Mori confesó que el cuerpo correspondía a su hija Makiko, nacida en 1975. Cuando la policía llegó a la vivienda, encontraron el cuerpo drásticamente deteriorado: situado en posición de rodillas, boca abajo, dentro de un congelador profundo, vestido sólo con una camiseta y ropa interior.
La sospechosa explicó que, al percibir que el olor comenzaba a invadir la casa, decidió adquirir un congelador para contener los gases fétidos y “ocultar el cadáver”.
El testimonio policial añadió que Mori acudió voluntariamente con un familiar para reportar lo que había hecho. En su declaración afirmó que llevaba varios años viviendo sola, tras el fallecimiento de su cónyuge.
Los medios señalaron que la autopsia será clave para determinar la causa real de la muerte de Makiko.
Este caso despierta preguntas aterradoras: ¿cómo pudo pasar tanto tiempo sin que alguien sospechara? ¿Por qué la madre guardó el cuerpo en su hogar? ¿Qué motivaciones hay detrás de un acto tan extremo?
Para muchos especialistas en criminología y comportamiento humano, este caso evidencia un colapso emocional extremo, donde el dolor, la culpa o un estado mental alterado logran borrar cualquier límite moral. La figura de Keiko Mori se convierte en un símbolo oscuro: una madre que no pudo, o no quiso, sepultar el pasado; que transformó una casa en un mausoleo secreto.
Los detalles del congelador —cuán profundo, cuánta capacidad, qué tipo de aislamiento— serán parte de la investigación técnica forense. También importa saber si hubo complicidad, silencios familiares o fallas en el círculo social.
Lo más escalofriante es imaginar que, durante décadas, una madre vivió con el secretismo de ese cuerpo milimétricamente oculto, sin levantar sospechas o visitas policiales. El frío silencioso de ese congelador es un testigo mudo de un acto que desafía la comprensión.
Japón ha visto casos de crímenes extremos, pero este destaca por su naturaleza íntima: no se trata de violencia externa, sino de un acto de conservación macabra dentro del espacio más personal: el hogar.
Por más que pasen días o meses de investigaciones, el rostro de Keiko Mori quedará ligado para siempre a esta historia grotesca de amor, dolor y secreto congelado. Porque detrás del hielo yace una verdad terrible: el cadáver de una hija que permaneció en vigilia sin vida durante dos décadas.